
Correa un conjunto de ángel y demonio
Con Ángel Correa no acostumbra haber término medio. O estás en su barco de forma incondicional o estás en el que le bombardea. No deja a nadie indiferente el argentino. Es como tener que escoger entre McDonald’s o Burger King, entre Pepsi o Coca Cola, entre Luke y Darth Vader, entre Daniel LaRusso y Johnny Lawrence… ¿Y digo yo, no se va a poder ser de los dos? Es difícil sí, pero seguramente el bueno de Angelito entenderá que algunas ocasiones le odiemos, igual que muchas más le amemos. Te van a poder encantar las hamburguesas de un lado y las patatas del otro. O tendrás la posibilidad de ser con la capacidad de hallar el lado bueno de Anakin sin la obligación de creerte con la capacidad de distinguir entre los dos refrescos más de todo el mundo del planeta. O inclusive arrepentirte de odiar a LaRusso a la vez que te conviertes en un Cobra Kai, lo que más aborreciste en tu juventud.
¿Qué de que hablamos? De que Ángel Correa es un futbolista particular, de los que no hay varios en el fútbol, de los que no hay ninguno en el Atlético. Sí, tendrás la posibilidad de desear con todas tus fuerzas tenerle cerca para abofetearle cuando se le escapa algún error de esos a los que ya nos tiene familiarizados, pero vas a estar pendiente de que le vuelva a llegar el esférico a los pies confiando que será el que rompa el partido, el que deje solo enfrente del portero a sus compañeros… Sí, se puede admitir sin inconveniente que a Correa se le odia y se le quiere del mismo modo. Bueno no, se le odia con el cariño que se odia a alguien que deseas, y se le quiere por arriba de todas las cosas. Porque si algo demostró él todos estos años de rojiblanco, es que quiere al Atlético por arriba de todas las cosas. Igual que le pasa a Daniel con el Miyagi-Do Karate o que Johnny con Cobra Kai. Dos maneras de comprender la vida. Dos maneras de comprender el karate. La exclusiva forma de querer a Correa, por arriba de todas las cosas.
La opinión de Carlos Fernandez